Un narrador, fruto de la Generación Perdida, un niño del siglo, acompañando a Jenny Sparks, acompañando a la figura de Xavier Cugat, que recorre occidente, que recorre la historia a través de una novela mastodóntica, desde Cuba hasta Barcelona, esperando que los años alimenten América con las mejores melodías. Aquí, hoy, pongámonos en marcha, Confeti de Jordi Puntí, editado por Anagrama.. Las voces de las mujeres de Cugat, aparentemente intercambiables, pero, cada una con sus matices: jóvenes, amorosas, inocentes, de fraseo latino, de cuerpo volcánico, de familia folklórica. Sus apariciones a lo largo del volumen resultan nutritivas, necesarias, amenas. Es parte de la grandeza de la historia, de la novela, cómo convertir una figura pop, casi camp, en un recorrido por la cultura del ocio, el negocio, a lo largo de casi un siglo: de Cuba a España, pasando por las dos costas de los EE. UU. y acabando, claro, en la Italia de cartón piedra o la Francia del cine polar. Cugat, su voz ausente, su violín, sus máscaras, propias y dibujadas, caricaturas, su peluquín, de la rumba a la música de ascensores. Los grandes nombres, el Waldorf-Astoria y el Ritz. No hace falta más, son las sábanas sobre las que descansan los mitos.. Y no es una biografía al uso, ya se habrán dado cuenta. Hay datos, hay verdades totales, hay medias mentiras (maravillosas las historias falsas, desde Caruso a Ava Gardner, la República de Weimar o Alfonso XIII), hay exabruptos cuando lo que no puede ser no es y punto. Entre la costa este, desde Nueva York y sus barrios, con el jazz y el bebé del soul, a punto de electrificarse, pasando por el Harlem español, donde los ritmos latinos y la rumba y el mambo avisan de que las ganas de fiesta se acabarán por imponer. Entre la Ley Seca y el año en el que se despierta el rock and roll tenemos tiempo para ser bohemios, con reseca, con cocaína comprada en farmacias. La casualidad me deja en las puertas del Gran Gatsby (pequeño Gatsby, en realidad) con Rodrigo Fresán y, a la vez, descubro que el hermano de Cugat diseñó la portada de la primera edición del libro. No, no es posible, es la magia, de la literatura, de la vida.. En el momento adecuado, en el instante preciso. De la costa este a la costa oeste, en Los Ángeles, el cine, Hollywood. Sueños del futuro, la modernidad acompasada con un punto lírico, que suena a clásico en manos de David Lynch. El en Los Ángeles y Woody Allen (media verdad) en «Días de radio» en la este. Un repertorio escrito, arreglado e interpretado para nuestros abuelos, nuestras madres, que acabará siendo moderno cuando llegue el S. XXI. Ay, el efecto rebote: «Cielito lindo», «La cumparsita», «El relicario»,«Aquellos ojos verdes». El hombre más triste de la ciudad acaba bailando swing.. Imagina un barco que se llame Havana, imagina a Batista y luego a Fidel. Curioso. Un personaje que está al borde, abismo, de alcohol bueno, de sexo ligeramente ridículo, un personaje histriónico, pero incansable: una oda al trabajo, al destajo, el hambre antigua, el hambre que no se olvida. Una narrativa potente, la que va desde los orígenes, la que se encuentra con el Cugat álgido, vanguardista, que acumula detalles hasta llegar a su decadencia, de resiliencia y plena de actitud. Y el narrador, que conforme avanza la historia, se convierte en un protagonista más, de plumilla y fan pasa a confidente, para terminar, doppelganger de Cugat, recorriendo Barcelona una vez muerto el músico, dando lustre a su leyenda.. Es Confeti una novela majestuosa, entre Manhattan y Harlem, las mujeres. Carmen, el desprolijo ejercicio a lo Hunter s. Thompson recorriendo, la vintage, más Ruta 66, menos, comenzamos a conocer la cocaína en farmacias, los sandwiches de pan blanco, pero con elegancia, como una tonada de Frank, que está por llegar. Los treinta, sustancias y noches, se acelera, las comidas copiosas y el tabaco se llevan por delante a muchos padres fundadores: nombres que solo se conservan en piedra y vinilo, en celuloide y sueños. Las columnas de opinión, modo bonzo, alcohol, nocturnidad, camaradería y muchas horas de trabajo, madrugando, pasando la resaca con más champán.. Piensa en Greta Garbo, en Fred Astaire, su mala leche, Benny Goodman, las canciones de Irving Berlin un millón de años antes de que las cantara (es un decir), Leonard Cohen. Los cuarenta, con la guerra, las guerras, todas las guerras del mundo: queremos ser libres y el comunismo, el nazismo, ninguno lo va a permitir. Hoy, ayer, mañana… Cugat lo sabía, que había pasado hambre, ni Fidel ni Adolf, la tarta de manzana vendrá de la libertad, del océano o del desierto. Una época de oro, un oro de época. Todo el mundo lo sabe. Y eso que todavía no había llegado el rey. Elvis, digo. Miguelito Valdés, Lina, nombres y estilos, todo era moderno porque todo era clásico. En California se hacía el amor con la elegancia y el mal perder de Fred y Rita. Cugat es un flirteo constante, una barriga prominente, un peluquín y millones de horas de estudio, platós y salas de fiesta. El estajanovista de la era pop. Más publicidad que sexo, más estrellas y cantantes, más joven cada vez, un genio, como Andy Warhol o Salvador Dalí, más asexual que otra cosa.. Pero las décadas pasan y las historias siguen. El autor construye un universo, una sociedad agónica, que no descansa, que muta y Cugat parece esperar, impertérrito, diamante, de la fiesta a la fiesta pasando por el lujo antiguo. Abbe Lane, el peligro de los celos. Una voz en capítulos, voces de novela que hacen de Confeti, creo que ya lo he dicho, mucho más que una biografía o una narrativa de generación. Porque es un siglo entero, de costa a costa y de continente en continente. Europa, como sucedáneo, España como espacio de reencuentro. Terruño y cine de cartón piedra. Sus novias, sus mujeres, la sociedad en general, al final, que termina su adolescencia, se hace mujer y abandona a su valedor para volar: de las orquestas al rockandroll, electricidad y ácidos.. v. Cugat sigue creyendo en sus canciones, las canciones hermosas… Cugat no sabe que con el siglo, con el final y el comienzo, el más moderno entre los modernos acabará escuchando su música, lo llamará Lounge, acid jazz, será parte de las músicas del mundo. El incendio de la sensualidad se prohibirá como lo orgánico, la voz en capítulos, la traición avistada, con preaviso. La fama se las llevará lejos. Y Cugat, Cugat siempre permanece. Giras por Asia, giras por Europa, y Chevalier y Marcelo. En la España del Desarrollismo tiene sitio en la Monumental antes que los Beatles.. ¿Entendía Cugat los sesenta y setenta? ¿Tenía alguna obligación, en realidad? Piensa en Elvis en Las Vegas, oxidado, sudoroso, piensa en Cugat, haciendo el aguante. Se acabó la generación perdida y llegaron los toros salvajes. Cugat puede domarlos a todos. Sus mujeres son Europa, sus mujeres son Latinoamérica. Millones de dólares para Franco y una estatua en la Transición. Esa Barcelona de 1933 es mejor que la de 1973. Me cuesta creerlo, pero usted escribe, usted manda. Gina, Sofía, Tito, Be mine tonight. Cugat siempre tiene algo de esperpento, pero, al final de la noche, no se olvida de cobrar. Respeto.. Una especie de neverending tour, esa es la vida de Cugat, infartante, papel cuché, la vida es el aplauso y una ciudad sin hijos. Confeti es un ladrillo macizo en la historia de occidente. Libro notable, sin duda.
Un narrador, fruto de la Generación Perdida, un niño del siglo, acompañando a Jenny Sparks, acompañando a la figura de Xavier Cugat, que recorre occidente, que recorre la historia a través de una novela mastodóntica, desde Cuba hasta Barcelona, esperando que los años alimenten América con las mejores melodías. Aquí, hoy, pongámonos en marcha, Confeti de Jordi Puntí, editado por Anagrama.. recorteOctavio Gómez. Las voces de las mujeres de Cugat, aparentemente intercambiables, pero, cada una con sus matices: jóvenes, amorosas, inocentes, de fraseo latino, de cuerpo volcánico, de familia folklórica. Sus apariciones a lo largo del volumen resultan nutritivas, necesarias, amenas. Es parte de la grandeza de la historia, de la novela, cómo convertir una figura pop, casi camp, en un recorrido por la cultura del ocio, el negocio, a lo largo de casi un siglo: de Cuba a España, pasando por las dos costas de los EE. UU. y acabando, claro, en la Italia de cartón piedra o la Francia del cine polar. Cugat, su voz ausente, su violín, sus máscaras, propias y dibujadas, caricaturas, su peluquín, de la rumba a la música de ascensores. Los grandes nombres, el Waldorf-Astoria y el Ritz. No hace falta más, son las sábanas sobre las que descansan los mitos.. Y no es una biografía al uso, ya se habrán dado cuenta. Hay datos, hay verdades totales, hay medias mentiras (maravillosas las historias falsas, desde Caruso a Ava Gardner, la República de Weimar o Alfonso XIII), hay exabruptos cuando lo que no puede ser no es y punto. Entre la costa este, desde Nueva York y sus barrios, con el jazz y el bebé del soul, a punto de electrificarse, pasando por el Harlem español, donde los ritmos latinos y la rumba y el mambo avisan de que las ganas de fiesta se acabarán por imponer. Entre la Ley Seca y el año en el que se despierta el rock and roll tenemos tiempo para ser bohemios, con reseca, con cocaína comprada en farmacias. La casualidad me deja en las puertas del Gran Gatsby (pequeño Gatsby, en realidad) con Rodrigo Fresán y, a la vez, descubro que el hermano de Cugat diseñó la portada de la primera edición del libro. No, no es posible, es la magia, de la literatura, de la vida.. En el momento adecuado, en el instante preciso. De la costa este a la costa oeste, en Los Ángeles, el cine, Hollywood. Sueños del futuro, la modernidad acompasada con un punto lírico, que suena a clásico en manos de David Lynch. El en Los Ángeles y Woody Allen (media verdad) en «Días de radio» en la este. Un repertorio escrito, arreglado e interpretado para nuestros abuelos, nuestras madres, que acabará siendo moderno cuando llegue el S. XXI. Ay, el efecto rebote: «Cielito lindo», «La cumparsita», «El relicario»,«Aquellos ojos verdes». El hombre más triste de la ciudad acaba bailando swing.. Imagina un barco que se llame Havana, imagina a Batista y luego a Fidel. Curioso. Un personaje que está al borde, abismo, de alcohol bueno, de sexo ligeramente ridículo, un personaje histriónico, pero incansable: una oda al trabajo, al destajo, el hambre antigua, el hambre que no se olvida. Una narrativa potente, la que va desde los orígenes, la que se encuentra con el Cugat álgido, vanguardista, que acumula detalles hasta llegar a su decadencia, de resiliencia y plena de actitud. Y el narrador, que conforme avanza la historia, se convierte en un protagonista más, de plumilla y fan pasa a confidente, para terminar, doppelganger de Cugat, recorriendo Barcelona una vez muerto el músico, dando lustre a su leyenda.. recorteOctavio Gómez. Es Confeti una novela majestuosa, entre Manhattan y Harlem, las mujeres. Carmen, el desprolijo ejercicio a lo Hunter s. Thompson recorriendo, la vintage, más Ruta 66, menos, comenzamos a conocer la cocaína en farmacias, los sandwiches de pan blanco, pero con elegancia, como una tonada de Frank, que está por llegar. Los treinta, sustancias y noches, se acelera, las comidas copiosas y el tabaco se llevan por delante a muchos padres fundadores: nombres que solo se conservan en piedra y vinilo, en celuloide y sueños. Las columnas de opinión, modo bonzo, alcohol, nocturnidad, camaradería y muchas horas de trabajo, madrugando, pasando la resaca con más champán.. Piensa en Greta Garbo, en Fred Astaire, su mala leche, Benny Goodman, las canciones de Irving Berlin un millón de años antes de que las cantara (es un decir), Leonard Cohen. Los cuarenta, con la guerra, las guerras, todas las guerras del mundo: queremos ser libres y el comunismo, el nazismo, ninguno lo va a permitir. Hoy, ayer, mañana… Cugat lo sabía, que había pasado hambre, ni Fidel ni Adolf, la tarta de manzana vendrá de la libertad, del océano o del desierto. Una época de oro, un oro de época. Todo el mundo lo sabe. Y eso que todavía no había llegado el rey. Elvis, digo. Miguelito Valdés, Lina, nombres y estilos, todo era moderno porque todo era clásico. En California se hacía el amor con la elegancia y el mal perder de Fred y Rita. Cugat es un flirteo constante, una barriga prominente, un peluquín y millones de horas de estudio, platós y salas de fiesta. El estajanovista de la era pop. Más publicidad que sexo, más estrellas y cantantes, más joven cada vez, un genio, como Andy Warhol o Salvador Dalí, más asexual que otra cosa.. recorteOctavio Gómez. Pero las décadas pasan y las historias siguen. El autor construye un universo, una sociedad agónica, que no descansa, que muta y Cugat parece esperar, impertérrito, diamante, de la fiesta a la fiesta pasando por el lujo antiguo. Abbe Lane, el peligro de los celos. Una voz en capítulos, voces de novela que hacen de Confeti, creo que ya lo he dicho, mucho más que una biografía o una narrativa de generación. Porque es un siglo entero, de costa a costa y de continente en continente. Europa, como sucedáneo, España como espacio de reencuentro. Terruño y cine de cartón piedra. Sus novias, sus mujeres, la sociedad en general, al final, que termina su adolescencia, se hace mujer y abandona a su valedor para volar: de las orquestas al rockandroll, electricidad y ácidos.. v. Cugat sigue creyendo en sus canciones, las canciones hermosas… Cugat no sabe que con el siglo, con el final y el comienzo, el más moderno entre los modernos acabará escuchando su música, lo llamará Lounge, acid jazz, será parte de las músicas del mundo. El incendio de la sensualidad se prohibirá como lo orgánico, la voz en capítulos, la traición avistada, con preaviso. La fama se las llevará lejos. Y Cugat, Cugat siempre permanece. Giras por Asia, giras por Europa, y Chevalier y Marcelo. En la España del Desarrollismo tiene sitio en la Monumental antes que los Beatles.. recorteOctavio Gómez. ¿Entendía Cugat los sesenta y setenta? ¿Tenía alguna obligación, en realidad? Piensa en Elvis en Las Vegas, oxidado, sudoroso, piensa en Cugat, haciendo el aguante. Se acabó la generación perdida y llegaron los toros salvajes. Cugat puede domarlos a todos. Sus mujeres son Europa, sus mujeres son Latinoamérica. Millones de dólares para Franco y una estatua en la Transición. Esa Barcelona de 1933 es mejor que la de 1973. Me cuesta creerlo, pero usted escribe, usted manda. Gina, Sofía, Tito, Be mine tonight. Cugat siempre tiene algo de esperpento, pero, al final de la noche, no se olvida de cobrar. Respeto.. Una especie de neverending tour, esa es la vida de Cugat, infartante, papel cuché, la vida es el aplauso y una ciudad sin hijos. Confeti es un ladrillo macizo en la historia de occidente. Libro notable, sin duda.
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