20MINUTOS.ES – Televisión
Chicho Ibáñez Serrador dirigía la televisión como había aprendido a dirigir el cine. No bastaba con grabar, había que contar. Y contaba hasta el último figurante que se asomaba en imagen, a pesar de que casi ni se le veía. De hecho, todos los personajes que pisaban las grandes escenografías del Un, dos, tres… responda otra vez estaban dirigidos. Tenían marcada su personalidad, su gestualidad e incluso hacia dónde debían mirar. Aunque estuvieran saludando en una escalera al fondo.. Ibáñez Serrador era preciso con las puestas en escena de sus programas. Maestro del primer plano y del plano de reacción, entendía que la tele es contextualizar al espectador desde los detalles que dan forma al todo. Y lo lograba comprendiendo que la televisión de máxima audiencia, como el cine, tiene mucho de despertar la evasión en la audiencia. Desconectar de los problemas de la rutina, descubriendo e imaginando mundos. Pero, a la vez, sin dejar de sentirnos reconocidos. En este sentido, las escenografías de Un, dos, tres nos mostraban fantasía con los pies en la realidad que compartimos. Hasta cuando pensamos diferente.. En ese gran decorado temático de cada semana, cada composición de imagen estaba escrupulosamente pensada para que el ojo del espectador bailara en armonía con la historia que pretendía contar el show, ya fuera musical o de otra índole. Y Chicho no quería que se rompiera la magia escénica. Así que la planificación de cámaras estaba diseñada para que jamás se colara un foco del industrial techo del plató en pantalla.. Hasta que Marisa Paniagua, su ayudante de realización durante años, se convirtió en la realizadora del concurso en la edición de 2004. Los ritmos de la tele habían cambiado. Pero el aprendizaje de Chicho seguía vigente. Marisa había aprendido de su jefe que la tele es dirección artística. La realización del programa continuaba la estela de la teatralidad ordenada con un inicio, un clímax y un colofón. Orden, en fondo y con forma, que atesora mucho ensayo detrás para lograr que parezca fácil lo difícil. Orden que guiaba la actitud de los que salen por la tele y, al mismo tiempo, de las personas que lo graban para que la imagen también tenga autoría.. Pero, de repente, Marisa Paniagua introdujo la cámara guerrillera que se metía hasta dentro de la actuación con una anarquía poco vista en Un, dos, tres, donde las cámaras eran metódicas hasta cuando se movían. Entonces, la cámara se atrevió a romper la cuarta pared de la imaginación del decorado y asomaba en plano el techo industrial de los históricos Estudios Buñuel. Se perdía el respeto a enseñar la parte fea de la tele. Se hacía partícipe al espectador de lo que antes se asimilaba al error que acababa con la ilusión de la tele al mostrar sus feas costuras. Pero en televisión todo se puede hacer, todo depende de cómo se haga.. Hace unas semanas estudiábamos algunas de estas actuaciones tan bien planificadas con los alumnos del Instituto RTVE. «Son videoclips hechos en directo», decía alguno. Aunque son bastante más que videoclips: porque no se quedan en la postal para vender una canción e intentan colocar al espectador en el centro de la historia. Ubicándolo para que no se pierda dónde está situado cada uno de los actores principales en el relato de la escenografía. Para que se implique con el programa como el público que va a disfrutar de una obra de teatro y siente a los intérpretes bien cerca, bien en primera persona.. Marisa Paniagua entendió la belleza de aquella minuciosidad visual de Chicho que era el ADN del Un, dos, tres.. responda otra vez, pero incorporó la osadía de las nuevas generaciones. Viendo su trabajo, uno se percata de cómo avanza la sociedad en la vida. Ensanchando los márgenes con la creatividad que se quita corsés de encima. Normalmente, alegóricamente. Esta vez, literalmente: saliéndose del margen tal cual, con una cámara libre que termina enseñando lo que antes era un sacrilegio. Una cámara libre, pero que danza al compás de la música:
Chicho Ibáñez Serrador dirigía la televisión como había aprendido a dirigir el cine. No bastaba con grabar, había que contar. Y contaba hasta el último figurante que se asomaba en imagen, a pesar de que casi ni se le veía. De hecho, todos los personajes que pisaban las grandes escenografías del Un, dos, tres… responda otra vez estaban dirigidos. Tenían marcada su personalidad, su gestualidad e incluso hacia dónde debían mirar. Aunque estuvieran saludando en una escalera al fondo.. Ibáñez Serrador era preciso con las puestas en escena de sus programas. Maestro del primer plano y del plano de reacción, entendía que la tele es contextualizar al espectador desde los detalles que dan forma al todo. Y lo lograba comprendiendo que la televisión de máxima audiencia, como el cine, tiene mucho de despertar la evasión en la audiencia. Desconectar de los problemas de la rutina, descubriendo e imaginando mundos. Pero, a la vez, sin dejar de sentirnos reconocidos. En este sentido, las escenografías de Un, dos, tres nos mostraban fantasía con los pies en la realidad que compartimos. Hasta cuando pensamos diferente.. En ese gran decorado temático de cada semana, cada composición de imagen estaba escrupulosamente pensada para que el ojo del espectador bailara en armonía con la historia que pretendía contar el show, ya fuera musical o de otra índole. Y Chicho no quería que se rompiera la magia escénica. Así que la planificación de cámaras estaba diseñada para que jamás se colara un foco del industrial techo del plató en pantalla.. Hasta que Marisa Paniagua, su ayudante de realización durante años, se convirtió en la realizadora del concurso en la edición de 2004. Los ritmos de la tele habían cambiado. Pero el aprendizaje de Chicho seguía vigente. Marisa había aprendido de su jefe que la tele es dirección artística. La realización del programa continuaba la estela de la teatralidad ordenada con un inicio, un clímax y un colofón. Orden, en fondo y con forma, que atesora mucho ensayo detrás para lograr que parezca fácil lo difícil. Orden que guiaba la actitud de los que salen por la tele y, al mismo tiempo, de las personas que lo graban para que la imagen también tenga autoría.. Pero, de repente, Marisa Paniagua introdujo la cámara guerrillera que se metía hasta dentro de la actuación con una anarquía poco vista en Un, dos, tres, donde las cámaras eran metódicas hasta cuando se movían. Entonces, la cámara se atrevió a romper la cuarta pared de la imaginación del decorado y asomaba en plano el techo industrial de los históricos Estudios Buñuel. Se perdía el respeto a enseñar la parte fea de la tele. Se hacía partícipe al espectador de lo que antes se asimilaba al error que acababa con la ilusión de la tele al mostrar sus feas costuras. Pero en televisión todo se puede hacer, todo depende de cómo se haga.. Hace unas semanas estudiábamos algunas de estas actuaciones tan bien planificadas con los alumnos del Instituto RTVE. «Son videoclips hechos en directo», decía alguno. Aunque son bastante más que videoclips: porque no se quedan en la postal para vender una canción e intentan colocar al espectador en el centro de la historia. Ubicándolo para que no se pierda dónde está situado cada uno de los actores principales en el relato de la escenografía. Para que se implique con el programa como el público que va a disfrutar de una obra de teatro y siente a los intérpretes bien cerca, bien en primera persona.. Marisa Paniagua entendió la belleza de aquella minuciosidad visual de Chicho que era el ADN del Un, dos, tres.. responda otra vez, pero incorporó la osadía de las nuevas generaciones. Viendo su trabajo, uno se percata de cómo avanza la sociedad en la vida. Ensanchando los márgenes con la creatividad que se quita corsés de encima. Normalmente, alegóricamente. Esta vez, literalmente: saliéndose del margen tal cual, con una cámara libre que termina enseñando lo que antes era un sacrilegio. Una cámara libre, pero que danza al compás de la música: